domingo, 7 de octubre de 2007

Che con la pluma en ristre


La historia del mundo ha transcurrido quizás como un resorte, una espiral de fuego en que la llama en ocasiones retrocede, se detiene y en otras avanza sobre su propia huella. Pero en ella está el hombre con los recuerdos, el tiempo, su quehacer y sus ideales, que para algunos es “el desarreglo de los sentidos y la razón”, y para Ernesto Guevara es la posibilidad del Ser de alcanzar su libertad plena mediante la revelación poética del deber hacia los demás y hacia su propio sentido de la vida.

El Che no solo fue un poeta del sueño cuando escribió El Socialismo y el Hombre en Cuba (una reflexión original sobre el sujeto nuevo que se pretende construir) sino que durante su estancia en México entre 1954 y 1956 dejó alrededor de nueve poemas que lo convierten en un cantor del porvenir y de las complejas circunstancias que lo rodeaban.

Guevara asume en el poema Despedida a Tomás un compromiso con el pasado y su inconformidad con el presente: “Un día, aunque mi recuerdo sea una vela/ más allá del horizonte/ y tu recuerdo sea una nave/ encallada en mi memoria,/ se asomará la aurora a gritar con asombro/ viendo a los rojos hermanos del horizonte/ marchando felices hacia el porvenir”.

Para él “la fórmula es sencilla”, pero sin dudas exige la responsabilidad y solidaridad del individuo hacia su prójimo: “No te ocupes del cerco, ataca el arrecife,/ une tus manos jóvenes a la piedra anciana/ y dale en tu pulso a los rojos corales palpitantes/ en diminutas ondas cotidianas”.

Aunque en la breve poética del Guerrillero Heroico no aparecen grandes imágenes o metáforas, sino que se refugia en la palabra directa, en el no subterfugio de la idea, era un conocedor de los textos simbólicos de los franceses Charles Baudelaire y Arthur Rimbaud que le fueron leídos por su madre en la infancia, y además tuvo la decisiva influencia de las obras del chileno Pablo Neruda y del peruano César Vallejo.

Para el prominente ensayista y novelista Mario Benedetti fue una “poesía trunca”, pues su conocido deseo por la revolución latinoamericana limitó el perfeccionamiento y dedicación al verso, que tal vez lo hubieran convertido en un destacado intelectual y en un renovador de las letras hispanas.

No obstante, permanecen los textos con una extraña mezcla del profundo pensamiento marxista que lo realimentó toda su vida y una inspiración onírica que lo trasciende: “Canto al nuevo grito de tu garganta sonora,/ al hondo retumbar de las piedras solemnes/ Va el canto hacia los hijos que defienden tu suelo/ con los firmes morteros de los rifles del pueblo”. Y se pregunta una y otra vez en el poema El Nilo: ¿Alguien puede afirmar sin sonrojarse/ el triunfo de la fuerza sobre la fe del hombre?”

Cuando el Che escribe sus versos, ya ha realizado aquel mítico segundo viaje por Latinoamérica, en el cual aumenta sus experiencias e intercambio con la población pobre y excluida de esa región y ha vivido en Guatemala una importante experiencia con el derrocamiento del gobierno popular de Juan Jacobo Arbenz que lo hicieron afirmar: “para ser revolucionario, lo primero que hay que tener es una revolución. De nada sirve el esfuerzo individual, la pureza de ideales… si ese esfuerzo se hace solo”.

De alguna manera, esta reflexión se manifiesta en su texto Autorretrato oscuro: “La ruta fue larga y muy grande la carga,/ persiste en mí el aroma de pasos vagabundos/ y aún en el naufragio de mi ser subterráneo/ nado displicente contra la resaca,/ conservando intacta la condición de náufrago”.

Cuando el autor de Guerra de Guerrillas conoció que un arqueólogo norteamericano había catalogado a los monumentos históricos Tikal y Chichén-Itzá en México como de segunda categoría, le responde en el texto Palenque: “Te hiere el corazón la piqueta indiferente/ de un sabio de gafas aburridas/ y te golpea el rostro la procaz ofensa/ del estúpido “¡oh!” de un gringo turista./ Pero tienes algo vivo./ la selva te ofrenda un abrazo de troncos/ y aun la misericordia araña sus raíces.”

El poema más conmovedor —en mi opinión el más logrado— son los versos dedicados a la mujer latinoamericana, en los cuales realiza un bosquejo histórico de la explotación, miseria y discriminación a la que ha sido llevada durante toda su existencia (con una clara influencia marxista), pero con una enorme sensibilidad telúrica: “Vieja María, vas a morir,/ quiero hablarte en serio:/… Ni pidas clemencia a la muerte/ para ver crecer a tus caricias pardas;/ los cielos son sordos y en ti manda el oscuro;/ sobre todo tendrás una roja venganza,/ lo juro por la exacta dimensión de mis ideales/ tus nietos todos vivirán la aurora,/ muere en paz, vieja luchadora”.

Cuando Ernesto Guevara, con varias heridas en las piernas que le impedían caminar y el fusil despedazado por una bala, fue apresado en la Higuera por la CIA y el servicio de inteligencia boliviano, dentro de su mochila de campaña encontraron un extraño cuaderno verde: Eran 69 poesías transcritas de su propio puño y letra de literatos como César Vallejo, León Felipe y Nicolás Guillén, y además el excelente libro Canto General de Pablo Neruda.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bien sazonados tus artìculos. Llego a este blog por el de Pèglez.
Felicitaciones.

Zenia

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