viernes, 5 de octubre de 2007

La luz poética de Cintio Vitier


La angustia, la extrañeza del ser y el desasosiego con el tiempo y el espacio son algunos de los argumentos poéticos de los que se ha valido el Premio Juan Rulfo 2002 Cintio Vitier al referirse a las circunstancias que lo rodean, a sus dudas y esperanzas.

Ahora, en una nueva edición de su obra titulada Poesía 1, se pretendió incluir sus poemarios escritos entre 1938 y 1953 y que ya está al acceso del público lector que desee acercarse a una poesía reflexiva y simbólica.

Desde su primer texto Luz ya sueño observamos esa mirada trascendental hacia la angustia, esa inquietud sobre las cosas que escapan y solo queda aprehenderlas en el pensamiento: “Qué me importas, oh retórico mundo, si mi muerte está viva/ para siempre como el hambre que devora la forma del silencio”.

No obstante, en ciertos momentos alcanza el verso de Vitier la materialidad de lo inevitable, la necesidad de la nocturnidad como confesora de sus ilusiones que “parecen extraviadas”: “cuando la noche se completa en mi corazón,/ cuando pregunto, cierto, fruto mínimo,/quién tuviera noción de la Presencia Magnífica:/ pura, sin desenlace.

La transformación de la sustancia en el Ser, el poeta la describe desde una mirada de la extrañeza, de la dialéctica entre el devenir y el sujeto que actúa por sí mismo. En su libro Palabras Perdidas de 1943 se descubre en su poema Palabras Perdidas: “Las maderas de mi casa todavía no hablan./ Oh Dios, dame un indicio, enséñame una cosa,/ canta por qué me he parado a llorar./ Escúcha-me. ¡Y di qué quieres, qué quieres, qué quieres!”

Pareciera como si el Premio Nacional de Literatura estuviera abrumado por una trascendencia que lo domina sin posibilidades de avanzar sobre su propia historia: Esto sólo deseo, testificar Tu vestidura,/ leer en Tu boca, oh Padre, lo que ha dicho alegría,/ batalla y hogar y herramientas cotidianas de la muerte./ La más tosca herramienta puede ser una espada./ El niño más humilde puede ser el palacio de la espada.

Asume la vieja discusión acerca la dualidad mente-cuerpo y más que intentar resolver el problema lo incrementa con la permanente duda de sí mismo y su angustia sobre las circunstancias que lo rodean: Diría en Himno: “He aquí mi cuerpo, la intemperie/ En su noche más pura estoy soñando/ y ofreciéndome a la clara bandera que me elige/ con idéntica sombra, soplando castamente la sangre,/ poseída su dulzura por el fuego que ha llorado mi nombre”.

La obra del escritor de Peña Pobre se ha visto influenciada en una primera etapa por El Apóstol José Martí –de quien ha sido un ferviente estudioso de su obra-, el español Juan Ramón Jiménez, el argentino Eduardo Mallea y el peruano César Vallejo. La curiosa simbiosis de la poesía simbólica del francés Arthur Rimbaud y la metafórica del cubano José Lezama Lima (con el cual llevó una estrecha amistad y formó parte del destacado grupo Orígenes) le han permitido una riqueza y originalidad en la utilización de la imagen y la complejidad en el decir.

Ya en el texto Sustancia publicado en 1950 afirma Vitier: “Mas de toda esta ilusión/ sale la extraña sustancia:/ nueva piedra, iris hondo,/ silencio, noche y aroma,/ que no termina en el tedio/ ni en el dolor ni en la dicha,/ sino que va, intraspasable/ y traspasando la bruma,/ y ardiendo, por otras senda”.

Sin dudas, la preocupación por el tiempo y el espacio lo atormenta, es una constante búsqueda por la esencia del ser: “No me responda el viento ni la vida,/ si responder es algo que no sabe/ ni ninguna criatura. Todos vamos/ ahora preguntando con la herida/ del tiempo hasta el espacio donde cabe/ la eternidad en que nos desandamos…”

Para el crítico literario y ensayista Enrique Saínz –quien prologó esta nueva edición de los poemas de Cintio Vitier- afirma que: “En estas páginas ha mirado el poeta sus circunstancias de dos maneras: como un bosque indescifrable de signos ante los cuales las palabras no son más que un umbral y como una suma de entrañables acontecimientos en los que ha desaparecido la escisión entre yo y el otro”.

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