viernes, 19 de octubre de 2007

La universalidad de un genio: Francisco Albear


El agua presurosa se extiende, a través de canales y tuberías, por todas las barriadas capitalinas y no las inunda, como podía ocurrir hace 2 mil años en el río Nilo, en Egipto. Con precisión, minuciosidad y maestría arquitectónica, el Acueducto de Albear ha permitido, durante doce décadas, la llegada necesaria, plácida y lúdica de los manantiales de Vento a las casas habaneras.

¿Debemos agradecer a Francisco de Albear únicamente la creación de la singular obra ganadora de la Medalla de Oro en la Exposición Universal de París en 1878, considerada como de las más relevantes del Siglo XIX a nivel mundial? El historiador e investigador Rolando García Blanco, en su volumen titulado Francisco de Albear: un genio cubano universal publicado en el presente año por la Editorial Científico-Técnica, deja abierta la interrogante y con la recogida de cartas, notas y libros de la época nos introduce en la vida y obra ecuménica de este talento de la ingeniería latinoamericana.

García Blanco, Premio Nacional de la Academia de Ciencias en Cuba (2002), describe no solo los encrucijadas y problemas que matizaron la construcción del acueducto, sino la fuerte formación académica de una figura que vivió intensamente su trabajo y alcanzó múltiples reconocimientos. El prominente arquitecto nació en el Castillo de los Tres Reyes del Morro en 1816 y siguiendo la tradición militar familiar cursó estudios en la Academia del Real Cuerpo de Ingenieros, en España.

Tanto en el país ibérico como en Cuba se destacó como proyectista por su profesionalidad y rigurosidad técnica en la creación de puentes, carreteras, faros y calzadas, por lo que llegó a ser, con el grado de teniente coronel, el encargado de la obras de la reconocida Junta de Fomento en la Isla.

El destacado ensayista afirma además que Albear “contribuyó a la realización de unas 200 obras de beneficio social, entre ellas: el Cementerio de Colón, la ampliación de los muelles de la capital y el Teatro Esteban (Sauto) de Matanzas”.

En 1861 —precisa también en su libro el Doctor en Ciencias Históricas— el insigne arquitecto realizó el primer proyecto de malecón habanero “de 16 metros de ancho y 1500 de largo, entre el Castillo de la Punta y la calzada de la Infanta, su diseño elevado impediría que el mar penetrara al producirse el paso de fenómenos meteorológicos”.

En el texto biográfico aparecen fotos, cartas y dibujos de la mano del propio Albear que revelan su personalidad, y la rigurosidad de su labor. García Blanco reflexiona que como ingeniero impresionan “su asombrosa precisión en los cálculos, la valoración de las cuestiones económicas y las decisiones ante alternativas, como se evidenció en el Proyecto de conducción a la Habana de las aguas de los manantiales de Vento en la red de distribución y la definitiva ubicación del depósito”.

El proyecto del acueducto, iniciado en 1861, fue bien ambicioso para la época y de hecho, según los datos del mismo creador, se equiparó con las realizadas en Londres y París. No obstante, la empresa demoró 30 años en su capitalización, primero a causa de la Guerra de los Diez Años y después por la convulsa historia política española y sus crisis económicas.

Al comparar el sistema de abasto de agua de La Habana con otras ciudades del mundo, García Blanco analiza las ventajas en la “no dependencia de las naturales y periódicas variaciones de los ríos, la prescindibilidad de grandes depósitos de reserva, la gran capacidad del canal, la imposibilidad de que sus aguas pudieran mezclarse o que alguien pudiera perjudicarlas”, entre otras.

El Acueducto de Albear, a más de una centuria de su construcción, permanece como una de las obras arquitectónicas impresionantes no solo de Cuba, sino del mundo. La visión humanística (pues además escribió poesía) y técnica de su creador lo condujeron a escribir: “El ingeniero crea, mejora y conserva; y donde quiera que fija su mente nace un pensamiento bienhechor, o una obra útil a la humanidad”.

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