Me preocupa el lema que hace meses el Instituto Cubano del Libro proclama a viva voz: leamos más porque puede ser una propuesta ambigua y a la larga dañina para el movimiento cultural cubano. Cuando recorrí los estanquillos en los cuales se venden libros, no existe una relación plausible entre cualidad y calidad.
Leamos más, pero leamos mejor y con sentido crítico, reflexivo y holístico, es decir la vinculación entre las representaciones del mundo que nos brinda el saber humano y la aplicabilidad en la cotidianeidad de ese conocimiento. En resumen: la añeja problemática de la relación entre teoría y práctica.
Libros de cocina, autoayuda, historietas para niños y escritores casi desconocidos y de escasa relevancia inundaron el Festival de
¿Qué interrelación existe entre calidad y cantidad? ¿Acaso se apuesta a que los individuos consuman muchos volúmenes sin saber cuál es el sentido y el fin de ese acto de espiritualidad?
En efecto, ¿Cuál es el fin de la lectura? Pienso que la formación de valores morales como la amistad, la solidaridad, el amor, la libertad, y además el disfrute y la fruición por la creación humana. ¿Realmente todos los libros que invaden los actuales estanquillos cumplen esa función social?
Sugiero la necesidad de revisar la sentenciosa frase leamos más y se busque un equilibrio entre los libros llevados a la venta y los textos que de alguna manera permitan alcanzar al lector una cultura general integral: leamos más y mejor.
La idea del Apóstol José Martí de ser cultos para ser libres significa un deber con la transmisión del saber humano hacia todo el pueblo, con el fin de construir una sociedad mejor, pero hace falta un pueblo realmente instruido que pueda defender sus criterios con argumentos sólidos y definir sus acciones ante un mundo en que el dinero, el poder y la mediocridad inundan el mercado actual de la literatura.
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