viernes, 9 de enero de 2009

Waldo Leyva y su adagio remoto


El discurso poético de Waldo Leyva ha sido la indagación constante sobre el ser y su devenir en el espacio y el tiempo. Su último libro Remoto Adagio refleja las tempestades, aventuras y enajenaciones del hombre moderno, apropiándose de una práctica poética desafiante: el soneto.
Leyva le preocupa el horizonte del hombre, disfruta del azar como necesidad vital y de las circunstancias que fijan las esencias humanas. En su poema No siempre el horizonte reflexiona: Yo no busco las cosas, las encuentro,/ me gusta esa sorpresa de estar vivo./Todo aquello que toco queda dentro/ y a nada que es humano soy esquivo.
En los últimos versos agrega: Quien sólo tiene un rumbo, una frontera,/ un lugar donde acaba o donde empieza,/ ignorará lo intenso del placer/ que resulta encontrar. Qué pobre fuera/ vivir sin sobresaltos; qué torpeza.
En el texto Viene un olor a veces, el poeta identifica el devenir con lo agónico, con la desesperación y lo relaciona con lo onírico y lo sensitivo: Transcurrirán los días y los años,/ me acercaré al final por algún rumbo/ que desconozco ahora, sin embargo,/ si volviera a empezar, estoy seguro/ que tendría de nuevo el mismo paso/ y los ojos iguales para un mundo,/ que tal vez no será, pero que busco.
La vinculación entre lo onírico y lo sensitivo es un recurso que Waldo reduce a sus reminiscencias de la niñez, en el cual asocia lo estético-figurativo (la imagen abstracta de un recuerdo, por ejemplo) con lo psicológico (el resultado de viajar una y otra vez del pasado al presente en busca de su identidad como ser que siente y piensa): Primero fue un olor, después el pecho hueco,/ luego de cerrar los ojos y el murmullo del agua;/ y así volver, sin ruido, a un día del recuerdo,/ bajo un alto naranjo, donde una niña estaba/ iniciando desnuda la lluvia con su cuerpo,/ mientras el sol caía y la tarde mojada/ era un oro intocable naciendo de su pelo.(Sinestesia I)
En el prólogo a Remoto… el intelectual Keith Ellis asegura que uno de los aportes a la poética cubana contemporánea de Leyva es el tratamiento del amor como una experiencia no vivida porque es ”un amor sin distancia que convalida la existencia diaria y sin los extremos irreconciliables de los placeres que deleitan y los pesares que atormentan”.
Los amantes agonizan en un mundo no corporal, y se niegan a destruir las circunstancias en que viven: sin heridas y sin porvenir se añoran, pero no se besan: Fue hermosa/ de eso no tengo duda, aunque la Rosa/ tal vez no fuese flor, sino poesía./ Mi destino es así, ya lo sabía, no sé por qué debió ser otra cosa. (Rosa Virtual)
En efecto, aparece una idea de lo fatal en el poeta que lo persigue e intenta cuestionarse su existencia tanto en el espacio como en el tiempo: No quiero, se los juro, hallar las claves,/ prefiero sospechar que cuando vuele/ regresa mi paloma a esa remota/ región de lo que fue, de donde brota/ la memoria de u tiempo que me duele. (La luz y el ave).
La necesidad de visualizar diversas expresiones del olvido y la distancia como parte indisoluble de su pensamiento forma parte del discurso poético de Leyva. La autocreación (autopoiesis), que José Lezama Lima identificó como el imago en su constante fuga de lo real hacia lo poético, desborda en lo ilusorio, anuncia un nuevo destino en el yo poético que lo trasciende.
Su existencia –yo diría que un desasosiego entre el ser y el no ser- se presenta desafiante y perdurable ante situaciones, en las cuales, amantes y amistades se traicionan de forma inevitable, aunque su concepto sobre “olvido y distancia” se extiende a un universo de relaciones con las cosas y los fenómenos.
Esta agonía –con esperanzas en un hombre más seguro en sus pensamientos y acciones- de perecer sin espacio ni tiempo es compensada con la fijeza en la Naturaleza. Uno de los momentos más logrados por el autor de La distancia y el tiempo (2002) Ediciones Unión, es cuando la desesperación de lo por-venir dialoga con el niño que fue, con los recuerdos de una etapa en que los árboles, la hierba y los animales tenían un significado de libertad y paz, e incluso llega a identificar a los peces con el horizonte y su futuro.
El texto Remoto… está dividido en seis secciones en las cuales juega con los temas y con las diversas maneras de hacer el soneto que va desde el octosílabo, el endecasílabo hasta el alejandrino sin rima: En la primera El caminante, el peregrino bosqueja sus desacuerdos, sus inquietudes y sueños del hombre contemporáneo. En su poema Tempestad asevera en sus dos versos finales: en tu doble agonía de partir y quedarte/ sin que exista un espacio donde puedas estar.
Sin dudas, el texto más maduro y pulido es Noche irremediable por la sutileza de los versos, la seducción verbal sin acudir a excesos técnicos, solo se escucha la voz del poeta dialogando con lo infinito: Cuando vuelva la noche irremediable/ hablaré con mi rostro en el dibujo y será su silencio más locuaz/ que todo lo que he escrito. Si me es dable/ llegar al porvenir que me sedujo/ convertiré en tangible lo fugaz.
Atención especial merece la última sección titulada Como un eco de sí mismo y en especial dos poemas bien estructurados y con claridad en el discurso: La luz y el ave y Quemando un poco la sombra.
En La luz… el juego entre la paloma y el sueño conforman la memoria poética del autor y lo definen como ser inconforme con su quehacer, pero prefiere el misterio de la vida y el azar que se funde con el dolor y la penumbra: El alba me sorprende desvelado/ sospechando que el canto es una broma,/ que no hay ave ni luz, que alguien retoma/ el gusto de jugar que yo he olvidado.
Quemando… añade a los conceptos de olvido y la soledad que aparecen en el poema anterior, la esperanza de no volver al pasado que identifica como la nostalgia y los temores. Precisa de un fuego que consuma las sombras para que resurja el porvenir: La llama, entre lo oscuro, se sostiene/ en una resistencia casi ambigua,/ mientras triunfa la noche, y se apacigua/ las casa, que en silencio se mantiene.
Waldo Leyva, en sus palabras de introducción al volumen ha declarado que ha reunido sonetos inéditos y algunos que denomina como ocasionales “porque son hijos de esa circunstancia” y los ofrece al lector como una “aventura del riesgo, en una suerte de armónico desorden”.

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