jueves, 16 de abril de 2009

Tras el diario de Eva y sus figuraciones




La novel poeta pinareña Yanelys Encinosa (Premio David de poesía 2007) ha apostado con Del diario de Eva y otras prehistorias (Editorial UNION) por develar su propia visión sobre la historia del personaje bíblico y una reflexión particular sobre el ser.
Encinosa capta los conflictos descubiertos en las supuestas páginas personales de la mujer de Adán y las retrotrae a la contemporaneidad a través de una metáfora clara y depurada.
En su poema Génesis nos declara que: “Tus manos temblaron al conjurar el polvo/ dolor de conocer los futuros extravíos/ apostaste por mi libertad y la semejanza/ en mí/ la mayor dignidad/ ostentar tu amor/ tras las consecuencias”.
Es decir, sigue la huella de desesperación y angustia dejada al infinito y lo hace suyo: “Dios conoció mi insomnio/ sonrió como si esperara desde siempre mi necesidad/ exhalé agradecida/ vi todo cuanto había hecho/ es bueno”.
El texto Martirio, comparte la suerte de poeta en la piel de Eva y se interroga sobre la relación entre el cuerpo y el alma, de la muerte y la vida, de la pasión y la razón, de sufrir y vivir…
La escritora ve el naufragio como lo necesario para poder salir a la luz, prefiere caer una y otra vez al abismo para encontrar lo que puede ser redimido: el universo, el arte y el amor.
Reconoce la (de)semejanza entre el hombre y la mujer, no con desilusión o como un error en la Creación sino en la posibilidad de la trascendencia, de la ocurrencia verbal, en fin, de lo impertérrito.
En los versos El triunfo se asume la culpa de sus equívocos y lo relaciona con la justicia como un aliento de vida “en la inocencia nacida de mi vientre/ se restauró la gloria que habíamos perdido”.
Exige Desnombrar las cosas parafraseando el poema del intelectual cubano Eliseo Diego, pues lo que tiene significado en el silencio es el tiempo y el espacio como “el grito de desnudar el nombre” y su negación es “el pecado de omisión ante el elogio rotundo al disparate”.
No confía en los disfraces, pues todo conduce de forma sublime “del anonimato o la estridencia al escándalo de las vestiduras”. Prefiere la sinceridad y sencillez del discurso del escritor de Orígenes, es decir “examinar sus vísceras/ para renombrarlas/ en nuevos/ verdaderos/ nombres”.
Encinosa siente el peso de la isla, se evapora en ese territorio que la contiene y retiene del aislamiento, porque la isla es “tierra firme” y los espejos que ella observa desde sus puertas y ventanas son mudas de piel, son aguas “que fluyen hacia adentro”.
La nostalgia la consume en la luz y la abraza “el ente del contén/ centro de la periferia/ deudor del (a)islamiento”, porque sin lugar a dudas, “seguimos siendo el mismo río/océano/ delineamos los contornos/ los entornos/ los contrastes” (Isla).
Ante la pregunta de cómo enfrentar la página en blanco responde: con “el arpegio/ el grito/ la vena/la redondez imprecisa” (Palabra).
La poeta acude a su sueños e insomnios para recordar que para encontrar la “definición mejor de la palabra “habrá que “aprender su vuelo/ disparar el arco/ perseguirla en todas direcciones”.
Pero en la búsqueda se fatiga, se adosan los desvaríos, solloza, duerme, olvida, quema las páginas que no deben ser leídas a destiempo porque “entonces rendido poeta/ podrás festejar el premio/ pertenecerle”.
Le preocupa el dolor de los eternos inconformes con la vida y les propone: “puedes pensar que bordeándolo/ te librarás del tropiezo/ o dolerá menos el golpe” (Ante la pitia).
Se puede creer que los adivinos vendrán para solucionar el destino, pero en ocasiones a ellos mismos les acude la angustia y la desazón del futuro. “el milagro o el descalabro/ le agobia/ el augurio de sí/ de su destino/ de previsor perpetuo”.
Entonces, prefiere los que deciden recorrer su propio camino y afirma que “caminante/ puedes enfrentarle/ y robarle su alucinado vacío/ extirparle su insomnio”.
Al final, Encinosa da una respuesta filosófica a las inquietudes de Del Diario de Eva y otras prehistorias. En su poesía Ontología define su manera de pensar y la posible relación entre el caos y la vida, es capaz de ceder su costilla para dar “ese salto contrarreloj en busca de la gran solución ontológica”.
Lo eterno o la nada, la vida o la muerte, el ser o el no ser son cuestiones que para la poeta no son divergentes sino bifurcaciones, la necesidad de la refutación del tiempo y del espacio como criterio absoluto: “y allí/ viéndote/ erguirte ante mí/ entre mis soluciones filosóficas/ tú serías/ la mejor respuesta”, es decir el hombre y la vida.

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