lunes, 6 de julio de 2009

Las almas de Deseos Líquidos


La vida puede ser una serie de sucesos inconexos, de azares incomprensibles, de silencios enajenantes, pero la mujer debe ser capaz de ser feliz en su propio mundo, en su espíritu. Esa es la idea que nos dejó el libro de cuentos ganador del Premio Calendario 1998 Deseos líquidos de las escritoras Aymara Aymerich y Elvira Rodríguez.
La mujer, pensando y deseando sobre su propio ser, se enfrenta a una dinámica social en la que personajes como Hanna o Alph(a) no pueden convertirse en objetos sexuales, sino que cada gesto erótico es un concepto que las trasciende: la libertad.
Hombres que no las aman caen en una red de incertidumbres, porque Alph(a) no es un ser terrenal sino significativamente espiritual. Mientras menstrua prefiere adueñarse del infinito y la salida a un espacio-otro lo garantiza cuando evade esa realidad “demasiado” objetiva: cuartos derruidos, sábanas rotas, refrigeradores vacíos que sus amantes les ofrecen, pero si ella acepta, es por la promesa de sueños que no cumplirán y ella lo asume con la alegría de sus propias evasiones.
El personaje Alph(a) se adueña de los espejos, observarse desde cualquier lugar de su casa le permite ver el amor desde diversas perspectivas. Ser ella misma no implica que es libre, pero puede utilizar una crema que es el símbolo de lo que no-es, incluso lo pide en el extranjero, aunque nadie la conozca, entonces comienza a crear su propia pomada que la unta por todo su cuerpo. Regresa a mirarse en el espejo y piensa que esa crema es el de la “permanencia”. Su hijo la mira y exclama “¡Qué linda estás mamá!”
El libro Deseos es un juego entre lo poético y lo caótico-discursivo en el intento de lograr un efecto de desespero de los personajes que narran la historia. La unión de palabras que en apariencias no tienen relación (aquí no hablo de una metáfora sino de un efecto simbólico), construcciones verbales complejas, que aunque en ocasiones oscurecen el texto y se hace difícil la comprensión de determinadas escenas, permiten que los personajes se expresen tal como son.
Cuando Alph(a) habla de sí misma dice que “lloraba por sus muertos y hablaba con ellos antes de acostarse, arrodillada sobre el piso de mármol frío y delante de su cama”.
No podía olvidar que “soñaba con el amigo-maridoextranjero. Se venía, se retorcía cada noche, y cada día y despertaba. Sólo veía su cara: -cuerpo-desaliñado: maloliente. Entonces le picaba la pelvis, adentro y afuera, en el sueño alguna barba saliente abría sus piernas con olores salidos de su boca. –Agonizaba–.”
Pero sabe que su “amigo” no vendrá y debe continuar su viaje donde ha quedado varada, precisa que le carguen un cubo de agua porque ella no puede sola (el personaje retorna una y otra vez a la cotidianeidad), el vecino la observa y entonces “le regalaba unas tazas de café-terapia-orine de la mañana, para aliviar las pestes salidas de su boca. Y él cosería en las noches a la luz de la cera, algunas de sus ropas remordidas y mojadas”.
En el cuento Feromonas, Miss McDillan tiene dinero, pero nadie que le haga el amor. Se pasea por los parques buscando, acechando “Reposa sus frías nalgas de magma ardiente en los mármoles auténticos del Central Park, y seduce a sus venas con trozos de mica pagana”.
Cada hombre que la observa la desea, pero no se acerca, no la seduce sino que la mirada de lujuria le hace desviar su atención: “Finalmente se pierde para reaparecer a los minutos, caminando igual, despacio y animal, hasta que Miss McDillan no vuelve a verle. Ya se habrá masturbado por ahí. Y le repugna el hipócrita pudor de esos pingüinos neoyorquinos”.
Sueña con Mr John, pero no vendrá, lo sueña tocándola, sintiéndola y prefiere tocarse ella misma, porque aunque sabe que puede pagarle a cualquiera, prefiere que la busquen en un banco del parque. Mientras piensa en su destino, en lo que pudiera realizar, espera un amante, tal vez una esperanza de ser feliz, pero no llega, no puede llegar porque McDillan quiere ser libre sin salir a la calle y enfrentarse a la gente, desea que la salven, mas no sabe cómo y: “vuelve a masturbarse derramando scotch, el mejor de todos, en las mejillas de su vulva y grita al forcejear con su orgasmo ¡Dolmancé, Dolmancé! Todo se apaga de repente y llora por el arpón de la soledad que le atraviesa la nuca desde su más tierna infancia, hasta que se duerme con mucha paz, acurrucada entre casas de muñecas, lazos y repostería fina”.
Aunque ella trabaja para aliviar las penas madres asiáticas en desgracia y realiza donaciones de dinero, es solo un trabajo que debe hacer, no es algo que sienta verdaderamente ella prefiere cada noche sentarse en un banco del Central Park en Nueva York en espera de un hombre que no aparece, de la pasión soñada, de la alegría, del deseo, pero no llegará porque Miss McDillan está sola y siempre lo estará.
En Deseos Líquidos la mujer se convierte en un ser que trasciende su realidad para transformarse en sueños irrealizables, en libertades que escapan, en enajenaciones que burlan de la cotidianeidad, alucinaciones, espasmos… Son personajes que odian y aman, para después renacer en un crecer de almas que ya no respirarán.

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